Había una vez un pequeño niño que quería conocer a Dios. Él sabía que tenía que hacer un largo viaje para encontrarlo, entonces empaquetó una maleta llena de panecillos y jugos; y emprendió su partida.
Cuando había recorrido cerca de 5 cuadras, se encontró con una viejecita que estaba sentada en el parque, observando algunas palomas.
El niño se sentó junto a ella para descansar un rato y abrió su maleta. Estaba a punto de tomar un jugo cuando notó que la viejecita tenía hambre y entonces le ofreció un panecillo.
Ella lo aceptó muy agradecida.
Su sonrisa era tan bella que el niño quería verla sonreir nuevamente y le ofreció un jugo ... La viejecita lo tomó entre sus manos y volvió a esbozar su hermosa sonrisa ...
El niño estaba encantado.
Ambos se quedaron allí toda la tarde comiendo y sonriendo; pero ninguno pronunciaba una sola palabra.
Cuando empezó a oscurecer, el niño se sentía cansado y se levantó de aquel lugar para marcharse. Antes de avanzar unos pasos más, se dió la vuelta y corrió hacia la viejecita para darle un fuerte abrazo de despedida.
Aquella mujer le devolvió el gesto con la más grande y hermosa sonrisa que nadie haya visto jamás.
Cuando el niño abrió la puerta de su casa, su madre estaba sorprendida por la felicidad que su hijo mostraba. Ella le preguntó cuál era el motivo de su alegría y éste le contestó:
-"He comido con Dios ...
¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más bella que he visto!"
Mientras tanto la viejecita, también con mucha felicidad, regresó a su casa ... Cuando su hijo la vio tan alegre y sobre todo con mucha paz en el rostro, le preguntó:
-"Madre ¿Qué hiciste el día de hoy que te ha hecho tan feliz?"
Ella contestó:
-"Hoy comí panecillos en el parque con Dios ...
¿Y sabes qué? ... Es más joven de lo que esperaba".
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