BALTAZAR, el demonio enamorado

Cuenta una leyenda que en un pueblo muy lejano, todos los domingos acudía a misa, una joven muy bella no sólo por su apariencia sino también por su alma y por los grandes detalles que tenía con sus semejantes.

Uno de esos domingos que salía de su casa, se percató de la presencia de un joven alto, de piel pálida, de cabello negro como el azabache y de mirada coqueta, quien la siguió hasta que entró a la iglesia.

Creyendo que entraría con ella, en vano se afanó por buscarlo con la mirada; pero no estaba dentro de la iglesia. Cuando salió de aquel lugar, él ya se había marchado.

El siguiente domingo lo vio a lo lejos y se alegró al verlo nuevo. No sabía el motivo, pero había algo que la hacía feliz.

El joven al ver que no era molesta su presencia, se acercó a la joven y la saludó:
—"Buen día señorita ... ¿Me permite acompañarla en su camino?"

Ella sintió una gran emoción en su corazón y sin decir una sola palabra solo extendió su brazo y él delicadamente la tomó para llevarla. Al pie de la iglesia se despidió con un beso en la mano.

Durante la misa ella solo pensaba en él. Y decidió confesarse, pues no había escuchado la liturgia con devoción y había cometido un pecado.

Al confesarse, el sacerdote quedó extrañado por la descripción del apuesto galán, pues conocía a todos en el pueblo y nadie se ajustaba a la descripción que hacía la bella joven.
Interesado en conocerlo; le pidió que si lo volviera a ver, lo invitara a conversar con él.

Ella esperó con ansias el próximo domingo para ver nuevamente a este joven. Y al verlo nuevamente parado a la orilla del camino, su cara se iluminó por completo.
Cuándo estuvo cerca de él, le extendió su mano y delicadamente él la llevaba a su destino. 

—"Perdón por el atrevimiento; pero me podría decir su nombre señorita".

Ella lo miró fijamente a los ojos y vio que eran tan negros como la noche ... Tímidamente dijo:
—"Clara".

—"Bello nombre y muy adecuado para una joven como usted", respondió.

—"Y el suyo señor ¿Cuál es?", preguntó algo apenada.

—"Baltazar, para servirle a usted bella joven"

Intercambiaron sonrisas y él nuevamente al pie de la iglesia, se despidió.

Clara le informó de la petición del sacerdote de quererlo conocer.

Baltazar sonrió y le dijo a Clara que él ya lo conocía, es más, eran viejos amigos.

Al término de la misa, Clara le contó al sacerdote lo que Baltazar le dijo.

El sacerdote extrañado hizo remembranza de todas las personas del pueblo y no se acordaba de ningún joven parecido a éste ... Hasta que el martes en la mañana una voz suave; pero firme lo despertó.

—"Buenos días Juan" (así se llamaba el sacerdote).
"¡Cuanto tiempo ha pasado!"

En frente del sacerdote estaba Baltazar parado frente a él.

—"¿Quién eres tú?" ¿Cómo entraste aquí?".

Sonriendo Baltazar le dijo:
—"Hace tiempo nos conocimos en el lago, junto al pueblo. ¿Lo recuerdas? Eras solo un niño y tú embarcación se hundía.
Cuando te vi, tú me pediste ayuda ¿Ahora lo recuerdas?"

El sacerdote se quedó helado al reconocer el rostro del joven que no había envejecido nada.
—"¡Tú no eres humano! ¡Tú no eres una critura de Dios!
¡Fue por ti qué decidí unirme al verdadero camino del Señor!"
"¡Que quieres ahora con Clara!"

Baltazar lo miró fijamente y respondió:
—"Me he enamorado de Clara y no sé cómo decirle quién soy. Quiero estar con ella; pero no sé si me llegue a aceptar. Por eso estoy aquí.
Vengo a cobrarme ese favor, quiero que me ayudes, así como yo lo hice en esa ocasión ¿Recuerdas?".

—"¿Pero cómo crees tú? ¡Eso es imposible! ¡Eso no puede ser!".

Baltazar tomó la mano del sacerdote y a su mente llegaron los recuerdos. Sintió como si los estuviera viviendo ese preciso momento ... Ahogándose, a punto de morir.

—"Tú eres un demonio ¡Cómo crees que puedo ser capaz de ayudarte a conseguir el amor de una hija de Dios! ¡No! ¡No puedo!".

Baltazar molesto se fue.

Esa misma tarde el sacerdote fue a ver a Clara y le contó todo.

Clara al saber quien era el joven que la pretendía, decidió no volver a salir más mientras lo viera en el camino.

Y así pasaron los días.

Baltazar, triste, se paraba todos los días en la orilla del camino; acostumbrado a ver pasar a Clara.

El tiempo pasó y un día Clara cayó en cama, presa de una extraña enfermedad.

Médicos iban y venían; pero nadie atinaba a descifrar que la aquejaba y como su condición empeoraba, empezaron a descartar cualquier cura, así que se decidieron a llamar al sacerdote para que le diera su última bendición.

Baltazar al ver que el sacerdote de la iglesia se acercaba a la casa de Clara, lo siguió y les escuchó decir a los médicos, que la enferma no pasaría de esta noche.

—"Ayudayme a verla por última vez", susurró...

El sacerdote sintió un aire frío que le recorría el brazo como si alguien lo estuviera agarrando.

—"De verdad la amas", dijo en voz baja. Y un nuevo aire frío recorrió su cuerpo.

El sacerdote tocó la puerta de la casa de Clara y la madre al ver al sacerdote lo dejó pasar y lo dirigió al cuarto de su hija sin darse cuenta que un aire gélido empezaba a colarse en su hogar.
 
Al estar al pie de la cama de Clara, una luz brillante y poderosa los apartó.

—"¡Detente!", dijo una voz celestial.
"Apártate de la hija del Señor. Tú Baltazar, has hecho mucho daño ya. Es por tu culpa que Clara tenga que morir, pues al enamorarse de un ser como tú su alma está en peligro de perderse y el Señor la reclama".

Baltazar apareció en medio de la habitación y respondió asi:
—"Si por ser lo que soy no puedo amar a esta mujer, lo acepto; pero no la dejes morir.
Me conformaré con verla feliz, aunque no sea conmigo.
Ella tiene que seguir viviendo  aunque sea por un corto tiempo porque sé que si la llevas ahora, toda la eternidad no me bastaría para extrañarla.
Una vida a cambio de otra. Es lo que pido".

Y así lo hizo el ángel ...

Su luz brilló con tal intensidad que arrojó a Baltazar por los suelos ...

La recuperación fue inmediata.

Al mismo tiempo que Baltazar se extinguía, Clara se recuperaba.

Así, el demonio desapareció de este mundo y Clara sanó por completo de toda enfermedad que la aquejaba.

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