EL DÍA QUE SE ACABARON LOS CUENTOS

Un día en la tierra se acabaron los cuentos.

La gente, triste y aburrida, empezó a pedir cuentos a los caminantes en las esquinas, como antes mendigaban pan y queso para no morir de hambre ... Ahora pedían por caridad si alguien tenía algún cuento guardado en un rincón de su casa para no morir de tedio. Pero nadie había pensado en guardar los cuentos por si llegaban tiempos de escasez o subían de precio o se acababan como ocurría a veces con el pan, el queso, el aceite o las manzanas.

—"No hay buena cosecha de cuentos esta temporada", comentaban algunos. "Tendremos que esperar el año próximo.

Pero llegó el año siguiente y los cuentos no aparecían.

Los reyes y presidentes empezaron a preocuparse y decretaron que toda la población se regara la cabeza con una regadera pequeñita, como una botella de perfume, para que crecieran los cuentos.
Se acababan de dar cuenta de que los cuentos nacían en la cabeza y si no cultivaban el cerebro se iban a quedar sin cuentos y sin historias para siempre.

La sequía de cuentos llevó a que la gente se fuera quedando sin palabras.

Primero desaparecieron las palabras bonitas y antiguas. Después las frases bonitas y bien hechas. Y más tarde empezaron a desaparecer los pensamientos buenos y bien construidos.

Como no tenían suficientes palabras para pensar bien, tampoco sabían inventar nada y así el mundo, un día se paralizó.

No solamente habían ido muriendo las palabras y los pensamientos, sino que tampoco aparecían nuevas medicinas, ni más aviones, ni más electricidad. Nada nuevo.

En los primeros tiempos, la población estaba con las mismas palabras que repetían constantemente: Pan, vino, comer, beber, bailar, jugar, amar y morir. Pero como las palabras eran tan pocas, ocurrió que con un simple gesto ya entendían si querían decir hambre o frío o sueño ... Así murieron todas las palabras.

Sin palabras murió también el juego, las conversaciones y la compasión y enseguida desaparecieron las sonrisas, las razones y las lágrimas. Lo peor fue que al final murió el amor, porque si los amigos no se comunican, no saben nada uno del otro, no saben cómo son ni qué desean; el amor, enferma.

De esta manera desaparecieron también los mundos lejanos, las personas desconocidas, los pensamientos ocultos, los sueños de ojos cerrados y de ojos abiertos, los personajes fantásticos, las historias imaginadas e incluso el futuro que no podían ver ni inventar.

Los niños no sabían que tiempo atrás habían existido Blancanieves, Pulgarcito, la Cenicienta, Don Quijote, los gigantes y los enanos, los dinosaurios, los dragones, las brujas y las hadas.

¿Habían existido alguna vez?

Cuando los reyes y presidentes se dieron cuenta que sin historias y sin fantasías, los pueblos no podían crecer bien, la tierra ya estaba a punto de perderse por el universo y convertirse en uno de esos astros de los cuales no sabemos nada. Entonces decían:

—"No nos hemos ocupado lo suficiente de las palabras, hemos dejado que mueran los cuentos, y ahora no tenemos historias. Nadie sabrá nunca quiénes somos ni por qué hemos existido".

Por suerte a última hora se acordaron de algo que podía salvarlos de la extinción total ...

Quedaban los libros.

Se habían preservado algunas bibliotecas con palabras guardadas que nos habían dejado los antepasados y todas las historias que habían encendido su imaginación.

Decidieron que toda la gente llevara un papel y un lápiz en el bolsillo y que cada día anotara una palabra nueva de los libros y que las anunciaran por todo el mundo en cada una de sus lenguas. Y que aprendieran una de memoria cada día.

Así con tiempo y esfuerzo resucitaron las palabras, y la gente volvió a entenderse o a preguntarse entre ellos, a imaginar soluciones y a inventar objetos, máquinas, cosas que no habían existido nunca, y sobre todo el pueblo volvió a reír y a llorar escuchando historias de miedo, de risa, de tristeza, de aventuras, de amor ... Y gracias a los cuentos, la gente pudo vivir más vidas que la suya propia, y vivir su vida con mucha más fuerza que antes.

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