Cuenta una leyenda que en un pueblo muy lejano, todos los domingos acudía a misa, una joven muy bella no sólo por su apariencia sino también por su alma y por los grandes detalles que tenía con sus semejantes. Uno de esos domingos que salía de su casa, se percató de la presencia de un joven alto, de piel pálida, de cabello negro como el azabache y de mirada coqueta, quien la siguió hasta que entró a la iglesia. Creyendo que entraría con ella, en vano se afanó por buscarlo con la mirada; pero no estaba dentro de la iglesia. Cuando salió de aquel lugar, él ya se había marchado. El siguiente domingo lo vio a lo lejos y se alegró al verlo nuevo. No sabía el motivo, pero había algo que la hacía feliz. El joven al ver que no era molesta su presencia, se acercó a la joven y la saludó: —"Buen día señorita ... ¿Me permite acompañarla en su camino?" Ella sintió una gran emoción en su corazón y sin decir una sola palabra solo extendió su brazo y él delicadamente
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