En un lujoso palacio vivía el gobernador de una región, dueño de un maravilloso perro. El animal era corpulento, fiero y de temperamento orgulloso. No era difícil que se enfrentara a otros perros, por lo que casi siempre lo paseaban atado con una correa.
Perro y amo eran de caracteres jactanciosos merecedores el uno del otro.
Cada vez que el perro se encontraba con otro can, empezaba a tirar de la correa con todas sus fuerzas. Su amo, sin dejar de sujetarlo con determinación, intentaba calmarlo hablándole dulcemente: "No hagas eso ... Deja al pobrecito tranquilo".
También se agachaba y le rodeaba con el brazo como para protegerle mientras que el bravo animal mostraba todo su repertorio de amenazas. Parecía de verdad un perro fiero e implacable, dado su tamaño y su furor, todos le temían.
Un día, el amo encargó a un nuevo sirviente que paseara al perro, pero olvidó advertirle sobre el carácter del animal, quizás dando por hecho que todo el mundo tenía que saber que su perro era algo especial. No obstante, para el sirviente, éste era únicamente un perro como muchos, por lo cual ignoraba su excentricidad.
Como era previsible, nada más encontrarse en contacto visual con otro can, el animal dio rienda suelta a su violento temperamento y tiró enérgicamente de la correa. El siervo, que no estaba preparado para tal situación, no supo reaccionar adecuadamente y soltó la cinta.
El perro perdió ligeramente el equilibrio hacia delante, dándose cuenta de que no estaba siendo sujetado. Ahora estaba libre de sujeción y la acción dependía exclusivamente de él. Entonces se encontró frente a un dilema: O dar séquito a sus amenazas iniciales empezando la batalla, o evitar la confrontación.
El imperioso animal titubeó ... "Seguramente -se dijo el noble perro- podría matarle fácilmente, pero si me mordiera, ¿que sería de mi noble aspecto?. No, no merece la pena. Por esta vez le dejaré vivir".
Emitió unos gruñidos y volvió donde el servidor.
Una vez en el palacio, el sirviente relató lo ocurrido al gobernador, el cual vislumbró la verdad sobre la naturaleza de su perro y la del hombre ...
Y desde entonces, acostumbró a pasear al animal sin ataduras. No sólo el perro dejó de amenazar a los otros animales, sino que también sus súbditos vivieron más felices. El perro le había mostrado a su dueño la manera sabia de gobernar.
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