Vera del Rosario era su nombre, nadie sabía si era el apellido o un segundo nombre, por eso todos la llamaban "Del Rosario" .
A ella no le gustaba y les decía con rabia en la voz, que se llamaba "Vera"; pero todos en el aula se reían mientras le gritaban: "Del Rosario eres "
Cada mañana llegaba con un viejo bolso de tela muy sucio, allí guardaba un cuaderno sin forrar, un lápiz y una goma, eso era todo; siempre se sentaba sin importarle las miradas burlonas de otros niños, algunos tan pobres como ella, pero que se empecinaban en humillarla.
Vera pasaba las horas de clase en silencio, lejos de todos. En los recreos mientras todos comían sus meriendas, ella se alejaba y muchas veces las maestras la encontraban agachada observando las hormigas, o investigando alguna planta en el jardín, juntando yuyos raros, siempre con el cabello mal peinado y sus ropas sucias y gastadas.
La directora le preguntó un día si no tenía otro par de zapatillas para venir a la escuela, y Vera agachó la cabeza y en voz muy bajita le dijo que no, que era su único par, mientras los murmullos y risas de lo niños le hacían doler el estómago de coraje.
Luego de un tiempo de sentarse sola en el último banco; la maestra un día la obligó a pasarse al frente, compartiendo el banco con dos niñas las cuáles nunca terminaban a tiempo las tareas y le pedían que les ayudara o la iban a acusar de robarles los útiles.
Vera las miraba y sin decir palabras, les dejaba copiarse. Ella era muy inteligente, aprendía todo rápido, fue la primera en leer de corrido y en recordar con exactitud fechas patrias y nombres de próceres.
Un día un grupo de varones la siguieron, querían saber dónde vivía, quién era su familia ... Eran tres niños de los que se burlaban de las zapatillas de Vera los que llegaron hasta donde se suponía que vivía.
Era un casa que apenas se sostenía en pie.
Espiaron por la ventana rota, sin vidrios donde seguramente el viento del invierno haría insoportable el frío y vieron como Vera, con sus maltrechos diez años levantaba a su madre de la cama, con mucho esfuerzo la sentaba en una silla de ruedas, prendía fuego con carbón en un viejo brasero y cocinabs para darle de comer en la boca a la pobre mujer.
Los niños enmudecieron, asombrados y avergonzados, corrieron a la dirección, y les contaron en detalles a las maestras lo que habían visto.
Desde ese momento, nunca nadie volvió a burlarse de la niña.
Al siguiente día, Vera recibió con asombro un par de zapatillas nuevas, una bolsa con ropa, una caja llena de alimentos, un abrazo apretado de la maestra, y una sonrisa de sus compañeros.
Los años pasaron. Y en la casa del pueblo que creció, hay una placa que dice:
"Doctora Vera del Rosario"
Todavía no se sabe si es un segundo nombre o su apellido; pero lo que si sabe todo el mundo, es que hubo una niña que enfrentó con la cabeza gacha y en silencio todo tipo de adversidades, que cuidó a su madre hasta el fin, que se levantó mil veces de la miseria y la injusticia, que ganó una beca y pudo estudiar y que hoy trabaja codo a codo con la vieja escuela donde un día la abrazaron fuerte, dónde un día los niños que se burlaron de ella fueron vencidos por su humildad y humanidad.
Dicen que la Doctora "Vera del Rosario" no permitió jamás que en la escuela haya niños con zapatillas rotas.
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