Un día un hombre olvidó poner su celular en silencio cuando fue al templo. Derrepente alguien lo llamó y el sonido fue tan fuerte que el pastor lo regañó en plena reunión.
Al terminar, los demás asistentes también lo amonestaron y su esposa continuó con el sermón en el auto durante todo el camino ... Cuando finalmente llegaron a casa, lejos de descansar y continuar con sus actividades; la esposa contó todo lo que había pasado a sus amigos y familiares ... Mientras éstos escuchaban el relato, sacudían la cabeza de lado a lado, disgustados, desaprobando lo ocurrido ...
Se podía ver la vergüenza y humillación reflejados en el rostro de aquel hombre y fue entonces que decidió; nunca más, volver a pisar la iglesia después de ese domingo.
Esa misma noche fue a un bar, seguía nervioso ... Todavía estaba temblando por el mal rato que había pasado y sin querer, derramó su bebida en la mesa ... La botella cayó por accidente y salpicó a algunas personas que estaban cerca.
Todos corrieron preocupados hacia donde estaba.
Él solo cerró los ojos, esperando un bombardeo de palabras o hasta incluso una bofetada a cambio; pero en su lugar, llegaron a preguntarle si estaba bien o si se había cortado con la botella rota.
El mesero se disculpó y le dio una servilleta para que se limpiara. El conserje lo miró como si endiera por lo que estaba pasando y fue rápidamente a trapear piso y a poner en orden todo.
Luego el gerente del bar, quien lo había visto todo desde su oficina, se acercó a él y le ofreció una bebida de cortesía ... Lo abrazó y le dijo:
—"No te preocupes ... ¿Quién no comete errores?".
Desde ese día, ese hombre nunca ha dejado de ir a ese bar, aunque sea para tomar una simple botella de agua.
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