Había una vez un árbol muy grande que vivía solitario en medio de una pradera. Tenía muy mal genio y no se llevaba bien con nadie. Le gustaba estar siempre muy elegante y distinguido hasta que un día llegó un pájaro carpintero para hacer un hueco en su tronco y poner su nido. El árbol, al ver que estaban haciéndole un horrible agujero, se puso furioso y le dijo que se marchara inmediatamente.
El pobre pájaro le pidió perdón y se marchó; pero el árbol era rencoroso y nunca perdonaba a nadie.
Más tarde llegó una bandada de gorriones que se posó en sus ramas para descansar. Entonces, el árbol, al ver que estaban despeinándolo, se puso hecho una fiera y comenzó a mover sus ramas para que se fueran de allí.
Los gorriones le pidieron perdón por haberle molestado y se fueron volando.
Poco después llegó un alegre grupo de abejas para recolectar el néctar de las flores del árbol. Y éste, al verlas corretear por sus flores quedó horrorizado. No soportaba ver aquellos bichos, así que las obligó a irse de allí.
Ellas le pidieron perdón, pero él ni les contestó.
No había duda de que el árbol estaba teniendo un mal día.
Sin embargo lo peor aún quedaba por venir.
A mediodía vio que dos leñadores se acercaban a él llevando sus grandes hachas al hombro.
El árbol quedó espantado. No tenía escapatoria ... Había llegado su hora.
Comenzó a llorar como un niño suplicando perdón a los leñadores. Su gritos de clemencia se escucharon por toda la pradera.
Cuando los leñadores estaban apunto de darle el primer corte, de repente, un grupo de abejas los envolvió amenazando con picarles. Ellos tiraron sus hachas al suelo y salieron corriendo a refugiarse en su tienda de campaña.
Entonces un pájaro carpintero, con su afilado pico, rompió los mangos de las hachas. Y una enorme bandada de gorriones se lanzó sobre la tienda de los leñadores y se la llevaron volando por aires.
A los leñadores se les quitaron las ganas de cortar árboles y nunca volvieron por allí.
El árbol se había salvado; pero se quedó muy avergonzado al ver que lo habían ayudado los que él había tratado tan mal.
Y por primera vez en su vida les pidió perdón por todo, y desde aquel momento, se convirtió en la casa y refugio de todos los animales de la pradera.
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