Había una vez un pueblo que estaba habitado por una diversidad de niños, los cuales eran alegres, amistosos y gentiles; todos ellos convivían en armonía. Pero aquí también vivía Gus, mejor conocido como el "Ratón de los Dientes", quien además de ser muy simpático era el encargado de acudir a casa de los niños para recolectar cada diente que se les iba cayendo.
Todas las noches el pequeño ratón cargaba su canasta y salía contento en busca de alguno; ya que una vez caído, cada niño lo colocaba bajo su almohada.
Gus, a cambio del diente, dejaba en su lugar una moneda que los niños descubrían al día siguiente ... Digno trabajo lo hacía con mucho gusto, pues lo había heredado gracias a su familia.
Los niños siempre guardaban la ilusión de intercambiar sus dientes por una moneda ... Era un buen trato que beneficiaba a las dos partes.
Gus se afanaba cada día en su trabajo de buscar dientes, porque los usaba para fabricar utensilios de porcelana que después vendía y de esta forma sustentaba a su familia.
Sin embargo un buen día, preocupado advirtió que no había más dientes, y la razón no era porque no se estuviesen cayendo, sino porque los niños de un día para otro dejaron de creer en el "trato".
El ratón se encontraba muy triste, ya que si no traía dientes a casa no habría alimentos para su familia.
—"¿Y ahora qué haré? ¿Qué será de mi familia?, decía Gus muy afligido.
Y empeñado, cada noche salía en busca de un diente. Nunca perdía la esperanza. Hasta que un día escuchó ...
—"¡No! ¡No quiero dejar mi diente a ese ratón! ¡Ya no sirve de nada ese tonto juego!".
Gus no comprendía porqué los niños decían eso. Parecía como si hubiesen perdido la ilusión de dejar sus dientes bajo la almohada.
¿Acaso tenía una mala reputación el trato que él mismo cumplía cada noche?
Entonces quiso saber cual era el motivo de tal situación. Así que fue de casa en casa para investigar, hasta que finalmente dio con el origen del problema: Con asombro, descubrió que en la habitación de un niño llamado Erick, su moneda de hallaba tirada al fondo de su cama.
—"¡Aja! ¡Ya te encontré!", exclamó el ratón emocionado.
Entonces Gus armó los cabos sueltos, pues resulta que, cuando a Erick se le cayó un diente, en seguida lo guardó bajo su almohada. Con gran anhelo esperó la noche para tratar con el ratón; pero por algún motivo, la moneda no apareció al día siguiente, ésta había rodado de la cama.
Gus había cumplido su promesa y pagó a cambio del diente que se llevó. Pero esta vez la moneda no llegó a su dueño.
Entonces redactó una nota:
Te dejo una disculpa y la moneda que por accidente se perdió. Es tu recompensa por el diente que me llevé ... Aquí está.
Aunque haya pasado mucho tiempo, yo no olvido el anhelo que tuviste al guardar tu diente para tratar con un ratón.
Te pido que nunca pierdas la ilusión en mí, porque eso es lo que me mantiene con vida.
De ti depende que mi oficio continúe a través de los años.
Espero que este buen trato se reanude y siempre se cumpla entre todos los niños y yo.
Atte. Tu amigo Gus "El Ratón de los Dientes"
Al día siguiente, cuando Erick se puso en pie; al momento de tender su cama se llevó una gran sorpresa, pues descubrió una moneda junto a la nota que dejó el pequeño ratón.
El niño estaba tan feliz porque el Ratón de los Dientes no lo había defraudado y cuando fue a la escuela, les contó a todos lo que había sucedido:
—"El Ratón de los Dientes sí cumple su promesa, aquí esta la moneda que me trajo a cambio de mi diente" señaló Erick muy sonriente, mientras enseñaba su moneda y mostraba una pequeña ventana en su sonrisa pues le hacía falta un diente.
Entonces, el pequeño ratón comprendió cuán importantes son las ilusiones de los niños y que no era justo que se les defraude ... Y desde aquel día fue mucho más cuidadoso al dejar una moneda, pues para Gus hacer un trato con los niños era un acto honorable, porque a ellos no sólo les importaba el valor de la moneda, sino que se sentían felices y halagados con la visita del Ratón de los Dientes.
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