Un día en medio de la nada nació un rosal muy débil. Apenas y podía dar vida, pues soportaba los helados vientos invernales. Había nacido en un lugar en el que la primavera casi nunca tocaba la tierra.
Después de un par de inviernos, orgullosa, cuidaba de su pequeño botón, un hermoso botón color ébano.
Llegó la primavera y al final floreció, abriendo lentamente sus pétalos, negros como la terrible oscuridad.
La rosa encontraba extraño el calor de los rayos del sol, pues había nacido en las heladas profundidades de la noche, su alma era un cielo tormentoso y sin estrellas, desconocía todo lo que estaba sucediendo; pero feliz lo aceptaba.
Los que se acercaban a ella, sientían el frío que rodeaba
su entorno, su semblante gélido como el olvido. En la negrura de sus pétalos se perdían muchas almas y de su oscuridad salían gemidos y sollozos debido a su infinita soledad. Todos le temían porque la creían desdichada debido a su color tan escaso de luz y no querían compartir su mala fortuna.
En la primavera, la rosa miraba diariamente al cielo, pues se había enamorado de un lucero. Así permanecía hermosa durante el día y triste al caer la tarde; cuando su espíritu comprendía que aunque los días pasaran, nunca sería correspondida.
Llegó el invierno y desnudó los árboles. Se helaron los vientos que llegaban hasta la rosa negra y se llevaron sus murmullos, su débil voz que parecía pronunciar frases de amor que no alcanzaban a salir de sus labios y sus débiles risas, que no lograban alegrar su alma.
El helado viento, también lastimó sus negros pétalos y uno a uno fueron cayendo, mezclándose entre el aire del invierno; pero ella seguía resistiendo, seguía aferrándose a esta vida.
No contaba que esta vez, el invierno sería muy largo e inalterable.
Al final no pudo más ...
Murió, sola, sin que nadie disfrutara de su perfume, sin que nadie contemplara alegre su nostálgica oscuridad.
Nadie supo que tenía un corazón dispuesto a amar, porque nadie jamás se lo preguntó.
Comentarios
Publicar un comentario